Llevaba dos muertes a su espalda; la de su hijo de cuatro años y la de su esperanza. Sus ojos seguían abiertos como bocas hambrientas. A sus pies, basura, un suelo sucio y olvidado mantenía su cuerpo aplomado, pesado por la desolación.
Mariki Fernández
miércoles, 4 de febrero de 2009
EL REGRESO
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