Sentado en el suelo, mientras abrazaba sus rodillas y se balanceaba, Boris repetía sin cesar “Monet, Degas, Cezane, Van Gogh” y miraba las paredes de la habitación, con la pintura sucia y los rastros de las sórdidas historias que sólo pueden vivirse en una pensión de mala muerte de los barrios bajos de Zurich. Pero en esas paredes había algo más.
Ana Marín
miércoles, 4 de febrero de 2009
POR AMOR AL ARTE
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