miércoles, 8 de abril de 2009

CRÓNICA DE LA LECTURA EN EL BOHEMIA


Ese día, nada era lo que parecía: las piernas me venían largas, la cabeza me pesaba como si la tuviera llena de canicas de colores que repiqueteaban con cada movimiento y se quedaba rezagada al andar ante la magnitud de mis extremidades inferiores. Decidí tomar un taxi para amortiguar el desequilibrio de mi cuerpo. El reciente cambio horario daba a la ciudad una luz que no correspondía con la hora real. En pleno Gayxample de Barcelona, repleto de bares “de ambiente” tenía lugar en el Bohemia Café, un enclave modesto y acogedor, una velada literaria: la lectura de relatos de la reciente Antología del Aula de Escritores Café con letras. Lejos quedaba la masiva presentación oficial en El Corte Inglés, aunque tenía la impresión que apenas habían transcurrido un par de semanas. Permanecían intactas en mi cuerpo y mente todas y cada una de las sensaciones: el nerviosismo, la ilusión del libro recién estrenado, las luces agresivas de los grandes almacenes, los continuos flashes, la magnitud del evento, los besos, los abrazos y la fiesta final.
De camino intenté concienciarme del curso del tiempo, la fría noche de enero daba paso a una tarde primaveral del mes abril. Y allí es donde debía aterrizar: 3 de abril de 2009.
Estaba todo más o menos preparado y pensé que no tenía que preocuparme demasiado, sólo dejarme llevar según el guión confeccionado. Mi rol de camarera no necesitaba excesiva preparación. La única incógnita era la afluencia de público.
Llegué sobre las 19 h, media hora antes para ultimar los preparativos con Tomás y su chica, los dueños del local. En la calle estaban esperando Fernando y Ana Marín sin atreverse a entrar, todavía no había llegado nadie me dijeron. Daba igual, mis piernas mandaban ese día, no podían estar paradas, los arrastré hacía el interior y comenzamos a “decorar” la sala. Ana vino provista de un atril e infinidad de libros, los instalamos en la mesa frontal, al lado de los aseos, para las posibles ventas.
Fernando se encargó de probar el micro inhalámbrico, no, no funciona, hola, hola, dale al on, la lucecita roja, ahora, ahora parece, ¡Tomás dale más volumen! Sí, perfecto.
Escogimos la mesa de los autores que iban a leer, justo en la entrada y montamos allí el centro de operaciones. Tal como habíamos acordado, se harían varios sorteos, sacamos papeles, bolígrafos, un par de bolsas de colores, de las navidades pasadas, para introducir los papelitos debidamente doblados, un par de libros y varios folios con el guión a seguir. Ana, que se puso gafas para leer mejor, según nos dijo, pues nunca la habíamos visto con ellas, dio el toque de profesionalidad. La sala empezaba a tomar vida. Antes de la hora prevista empezaron a asomar tímidamente varias personas preguntando si era allí donde…. Sí, sí, es aquí, adelante. Se fueron acomodando en las mesas, Tomás se encargó de servirles la consumición mientras yo les daba un par de papeles para que apuntaran su nombre. No las tenían todas, temerosos de que tuvieran que participar en la lectura. Se les explicó que era para los sorteos, ah, sí es así bien, ¡qué original!


A la hora en punto llegaron los autores: Dolores Ferrer, Ana Montilla, Juan M. Tortosa, que insistió por enésima vez que él no leía, Miguel Viola y nuestra maestra de ceremonias oficial Gemma Solsona, que con una sonrisa de oreja a oreja me entregó un puro enorme que teníamos reservado para la sorpresa final.
A toda prisa y con su energía habitual llegaba Rosa M. Torrent, autora de Mal negocio, la fichamos para sacar las fotos del blog.
Decidí ir al baño antes de empezar el espectáculo, cuando apreté el interruptor de la luz oí el sonido de una bola de cristal rodar por el suelo, busqué y detrás de la taza encontré una canica verde azulado, la guardé en el bolsillo, mi cabeza se estaba aligerando.
La sala estaba casi repleta, unas veinte personas, el murmullo iba en aumento, nuestro público empezaba a impacientarse. Esperamos diez minutos más, faltaban Juan Carlos y Tebu, sin ellos no podíamos comenzar.
El momento llegó, echamos mucho de menos a Julia Soria que tanto había trabajado en los preparativos y que finalmente no pudo asistir.


Micro en mano, Gemma comenzó a presentar el acto. ¡El micro! ¡no se oye nada! Moveos a la izquierda, no, no, giraos un poco, ¡ahora, ahora!, de medio lado la cosa funcionaba, la antenilla del micro tiene que estar en el radio para que reciba las ondas.
Fernando insistía una y otra vez que quería leer, que él había venido a leer, después de un divertido rifi-rafe, comenzaron las lecturas.
Un relato por capítulo. Rompió el hielo Golpe de suerte de Xavi Lorente, que leyó majestuosamente Miguel Viola.
Ahora era mi turno, me dirigí a la barra para dar instrucciones que prepararan un “corto de café”, Gemma ordenó al azafato que buscara una mano inocente para sacar el nombre de la persona agraciada. En cuanto lo leyeron, entré en la sala con el premio correspondiente al primer relato. Lo serví sin problemas, las piernas me continuaban viniendo largas, pero no flaqueaban.


A continuación Ana Montilla leyó con dulzura el relato de Álex García Ingrisano Bon vivant.
De nuevo a la barra, “un café solo”, después de muchas risas por las payasadas de Gemma con su azafato nombraron al segundo ganador, al que serví su café, esta vez con menos destreza, pues derramé un poco encima de la mesa, me despistó el ruido de la canica naranja que rodaba entre los pies de los asistentes.



Barra: un “café con leche”. Puntualmente lo entregué al afortunado.
La lectura que le seguía iba a ser larga, había encargado el “café turco” en 5 minutos. Me apetecía quedarme a escuchar como Dolores Ferrer leía con temple La suerte de Ignasi de Gianna Soria. Me senté en la silla y noté que me sobraban piernas, no sabía cómo ponerlas, torpemente las enrosqué una con otra como dos partes de un cordel. Ahí me entretuve demasiado y tuve que correr a buscar el premio.
No quería que me pasara lo mismo con el siguiente, pedí un “café con chocolate” y no me moví de la barra, mientras Juan Carlos Ruiz leía con soltura su propio relato Corazón de chatarra. Puntualmente coloqué el premio en la mesa.
Sólo quedaba el relato del último capítulo del libro, Penetración, que leyó con habilidad su propia autora, Ana Marín.
Era la traca final, tenía que servir el café, una copa de coñac y el puro que había llevado en el bolsillo durante toda la tarde, en una bandeja profesional. Me quedé a practicar, pues suponía todo un reto servirlo con mi inestabilidad. Estaba en ello cuando Tomás me dio “el pendiente que me había caído”, la canica violeta. Al escuchar los aplausos al fondo, me dirigí sonriente a la sala, erguida, la cabeza ligera, los bolsillos repletos de canicas, la apoteosis, el punto álgido de la lectura. Cuando aparecí con el “trofeo”, la ganadora se puso las manos a la cabeza con cara de sorpresa e hizo un brindis con la copa de coñac a la salud de los autores.
Mi cometido había terminado, me arrellané en una silla para deleitarme de las últimas lecturas fuera de guión, sin importarme el estado de mis piernas.
Una espontánea leyó complacida Una mujer escribiendo de Julia Soria.
Los últimos trovadores: Tebu Guerra y Gemma Solsona intepretaron respectivamente Lenguajes de Ana Montilla y La destreza de mi trazo, de Tebu Guerra, ambos con cariño y complicidad.
Sonaban las últimas frases, la gala tocaba a su fin, Gemma y el “azafato Fernando” despidieron el acto y se realizó el último sorteo, un libro firmado por los autores presentes.
Nos despedimos y dejamos atrás el Bohemia, las lecturas, los cafés y la fiesta con la satisfacción de haber estado con quienes teníamos que estar.
Nada había sido lo que parecía, los autores ejercieron de camareros, juglares, público, azafatos, presentadores, actores de una reunión literaria en un escenario jaranero poco común en este tipo de encuentros.
De camino a casa, me continuaban viniendo grandes las piernas y percibía todavía un ligero repiqueteo.
Era el principio de mis vacaciones y las iba a aprovechar para descargar mi cabeza y gastar mis piernas, pisando lugares nunca hollados y dejando atrás un rastro de canicas de colores.

Teresa Esmatges

café con letras aula de escritores